Un cuento; cien lecturas
Este es un cuento de
Anthony Browne
que
todos, grandes y pequeños,
podríamos leer para reflexionar. Nada en él es arbitrario.
Cada dibujo, cada palabra, cada elemento compositivo tiene un gran significado en la historia. Tiene tantos detalles, que descubrirás algo nuevo cada vez que lo leas.
Trata de las
diferencias de clase, no como una realidad, sino como un constructo social que habita en la mente de cada uno. Trata de lo
diferente que es la vida según quien te la cuente. Trata de
cómo ven la vida los adultos. Y
cómo la ven los niños. Y
los perros. Trata de los
prejuicios. Trata de la
amistad y el amor. Trata
de lo que cada uno transmite y evoca en los demás.
Todo esto lo cuenta narrando una tarde en el parque a través de cuatro voces diferentes.Conocí este libro hace unas semanas, y me ha parecido maravilloso. Lo he leído ya unas 5 veces con Torpedín, pero es que
cada vez que lo leo encuentro (o encuentra) algún detalle nuevo.
Tiene un
simbolismo surrealista maravilloso que no solo abarca los dibujos, sino también los márgenes de cada página y la tipografía que usa para cada personaje. Es una de esas historias que tiene muchas lecturas diferentes, según hasta dónde quieras profundizar.
En el libro hay seis personajes. Charles, su madre, su perra Victoria, Smudge, su padre y su perro Albert.
La madre de Charles, es una mujer sofisticada, altiva y estricta.
Se ve que va arreglada y con la mirada altiva. El autor nos enseña su casa, una mansión grande. El cuento comienza con su voz y su visión, cuando va a sacar de paseo a su perro de pura raza, Victoria, y a su hijo Charles al parque. La presentación de cada personajes está muy cuidada, dando mucha información en tan solo una página.
Nada más llegar al parque, otro perro se acerca a Victoria para jugar con ella, lo que saca de sus casillas a la dueña. No le gusta que los “chuchos” del parque se acerquen a su maravilloso y cuidado perro.
Sin que pueda evitarlo, los perros se irán a jugar juntos, y aparecerán como un leit motif
jugando en todas las hojas del cuento. Los perros no entienden de clases sociales.
Al cabo de un rato, se da cuenta de que Charlie no está, y se pone a gritar su nombre, intentando encontrarlo, nerviosa. Se da cuenta de que está hablando con una niña con una pinta bastante dejada. Le llama y emprenden el camino a casa.
La segunda voz es la de un padre de una niña que aún no conocemos como lectores. De camino al parque con su hija y su perro Albert, el autor nos muestra un desolador paisaje urbano. Al llegar al parque, el hombre se pone a leer el periódico en busca de trabajo, totalmente ajeno a Charlie o a su madre, que se sientan en el mismo banco. Solo envidia la inagotable energía de su perro, Albert.
De vuelta a casa, la desoladora calle que vimos en el camino de ida, se vuelve alegre y llena de luz, porque el padre está escuchando todo lo que Smudge, su hija, tiene que contarle.
Se nota que esa niña llena de alegría la compleja vida de su papá.
La tercera voz es la del hijo del primer personaje: Charlie.
A lo largo de las páginas, uno ve cómo empieza mostrando una realidad muy cuadriculada, mirando el mundo a través de una ventana, y poco a poco, según el día avanza, va entendiendo la vida con más libertad.
La fuerte personalidad de la madre, acapara el espacio de su hijo.
El autor lo simboliza
a través de la forma del sombrero de la madre, que aparece en todas partes cuando el punto de vista es el del pequeño.
Se ponen los pelos de punta de pensar hasta qué punto la sombra de nuestra actitud y nuestro trato puede tener un reflejo tan claro en nuestros hijos.
El niño en el parque conoce a Smudge
(Mancha, en la versión española) que le descubrirá los secretos del parque y cómo pueden divertirse juntos.
Se tirarán por el tobogán, escalarán árboles, bailarán y reirán hasta que la madre vuelve a buscarle. La apertura de la personalidad de Charlie cuando conoce a Smudge y cómo va experimentando en el parque, acordándose de lo que significa ser niño, es la parte más conmovedora de la historia.
La cuarta voz es la de Smudge.
Una
niña divertida, libre y abierta,
que decide
sacar a su padre y a su perro a pasear.
Allí
conoce a Charles.
Para ella no pasa desapercibida su madre, que se pone hecha una furia porque el perro de Smudge, Albert, le huele el trasero a su perra Victoria.
Es Smudge quien le pide a Charles que vayan a jugar al parque y le enseña los rincones más divertidos, mientras los perros siguen corriendo y jugando incansables por todas las páginas del libro.
La pequeña Smudge es un ser libre, que alegra la vida de todo el que se deja inundar por su energía y su felicidad.
Charles le regala a Smudge una flor del parque, y ella la pone en agua al llegar a casa. En una taza donde los perros siguen jugando, porque no entienden de clases sociales.
Os dejo a continuación mis ilustraciones preferidas del libro, con toda su belleza y simbolismo. Espero que os animéis a preguntar por este libro en la biblioteca, o lo añadáis a esa lista de los deseos de libros y cuentos que todos tenemos, para noostros y para nuestros peques.
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