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El Puzzle Imposible

Nai • 10 de octubre de 2020

Cuando las piezas no encajan...

La maternidad es un puzzle en el que las piezas no encajan. Es como si te compraras un rompecabezas en su caja nueva, lo abrieras con toda la ilusión, sacaras todas las piezas, y te dieras cuenta, después de horas intentando que la imagen quede como la que se muestra en la tapa, de que las piezas no encajan entre sí.

Hace más de un mes que me reincorporé a mi trabajo como profesora de Educación Secundaria después de un año de excedencia. Sabía que iba a ser duro, aunque no me imaginaba hasta qué punto. Este comienzo de curso, con el Covid de por medio, está siendo agotador. Pero de eso os hablaré otro día. Os os voy a hablar de mi faceta como mamá trabajadora. Esas sensaciones que vuelven después de haberme dedicado en cuerpo y alma a mis hijos durante más de un año y medio, al volver a intentar compaginar la vida laboral fuera del hogar y la maternidad. Y digo “intentar”, porque una tiene la sensación de que conseguirlo es imposible.

Decía al comienzo que la maternidad es un puzzle de piezas que no encajan, porque, por definición, tener hijos e intentar cuidarlos y tener otro trabajo a tiempo completo fuera de casa, ya es tener dos trabajos en una misma jornada. Eso son piezas que no encajan. Las intentamos hacer encajar, las giramos, las forzamos... pero no encajan. Por lo menos no del todo.

Por una parte siempre sienta bien retomar contacto con tu profesión y ser consciente de que también eres y existes fuera del cosmos de la maternidad. El mundo de los cuidados es muy absorbente, y la crianza es muy solitaria. Aunque siempre estés rodeada de tus deliciosas criaturas, echas de menos una conversación adulta, intercambiar tus miedos y tus preocupaciones o reírte un rato con tu pareja, con una amiga o con tu madre. Pero esas conversaciones nunca llegan, o cuando llegan son interrumpidas en innumerables ocasiones por llantos, quejas, pupas, “sana,sana, culito de rana”, “mami esto”, “mami lo otro”. Llegas a perder el hilo de la conversación tantas veces que ya no sabes ni para qué osas intentar quedar con nadie.

Así que, cuando por fin recuperas ese espacio y puedes hablar con los colegas del trabajo, o puedes llevar a cabo una tarea de principio a fin sin ser interrumpida, o tienes más anécdotas que contar al cabo del día que cuántos pañales cambiaste hoy, sientes una profunda satisfacción. Pero, como todo en esta vida, tiene un precio. Para tener ese espacio, has tenido que dejar a tu prole al cuidado de otras personas. Y eso es algo que sólo las madres que lo hemos vivido podemos describir. Y digo madres, porque no sé cómo será para un padre. Eso se lo dejo a algún papá. Dejar a un bebé en una escuela infantil o con un/a cuidador/a  es como dejarle en prenda un trocito de tu alma. Y duele.

Yo me siento muy satisfecha con el cariño y dedicación que les brindan a mis hijxs en la Escula a la que acuden cada día, y aun así la adaptación a este nuevo ritmo ha sido muy dura en ambos casos. Recuerdo esos primeros días dejando a Torpedín en su escuela por las mañanas, e ir al trabajo pensando qué tipo de madre deja a su bebé al cargo de otra persona, y se va a cuidar a hijos e hijas de otros. En lo más profundo de mi corazón vivía el sentimiento más visceral que haya experimentado nunca. Sentía que aquello no encajaba. No tenía sentido. Simplemente NO.

Tienes hijxs y la sociedad y el Estado te dan una palmadita en la espalda y te dicen: “¡que lo disfrutes!”. Pero no existen ayudas para la conciliación como reducciones de jornada sin reducción de sueldo, jornadas que empiecen un poco más tarde, días de baja por hijos enfermos... Algo. Algo que haga que las piezas del puzzle encajen un poco mejor. Las familias estamos solas en este juego de malabares diario. Y siempre se nos acaba cayendo algo.

Lo que subyace bajo todo esto es que, en esta sociedad nuestra, los cuidados no existen. Así de claro. Yo he estado de excedencia por cuidado de hijxs menores de 3 años, y la gente me preguntaba: “¿qué tal se vive de vacaciones?”. Al principio me indignaba mucho, pero luego me di cuenta de que la gente piensa eso porque los cuidados en este país no existen. Esto se puso de relieve especialmente en el confinamiento, cuando no se dio ninguna solución a las familias que se encontraron con una o varias criaturas en casa y teletrabajando (o trabajando en puestos esenciales) los dos progenitores. En cada casa se solucionó la situación como buenamente se pudo, pero ha habido núcleos familiares muy afectados por el estrés diario generado por estas circunstancias. Y las familias seguimos viviendo situacion muy complejas debido a la pandemia, pero las soluciones no llegan.

De repente quedó claro el mensaje de que lxs niñxs se cuidan solos, la casa se limpia sola, se come lo que cocina la nevera solita, el cubo de la ropa sucia lava la ropa y la mete de nuevo al armario,  y los baños son tan limpios se se auto dan un repaso tras cada uso. A nosotros nos pilló estando yo de excedencia, y os puedo asegurar que no me sobraba tiempo para nada, y eso que de lo “único” que me encargaba era de hacer las cosas que se hacían solas: casa, niños, ropa, comida.

Creo que trabajar dentro o fuera de casa cuando tienes hijxs debería ser decisión de cada persona. Pero quien decide quedarse cuidando a sus hijxs en casa, debería percibir también un salario, pues está haciendo un trabajo. Coger una excedencia es tirar de los ahorros personales, y son años en los que, pese a estar trabajando y aportando algo al bien común (la sociedad necesita niñxs para asegurar su supervivencia), no estás cotizando. No es de extrañar que se considere un trabajo invisible.

Vuelves a incorporarte al trabajo, y el puzzle vuelve a ser imposible: los madrugones, la ruta para llevar a los peques al cole, los horarios, el trabajo en casa, fuera de casa, por la casa, en casa, los cursos, la atención de los niños, los peques enfermos, las cenas, la compra, la enredadera de tareas y cosas por hacer siempre en la mente. Y eso que nosotros tenemos algo de ayuda en casa. Nos cuesta una buena porción de mi sueldo, pero sin algo de ayuda externa y sin poder tirar de abuelos este año, ya no nos quedaría ni un minuto para disfrutar o relajarnos el fin de semana. Y sé que hay gente extraordinaria que lo hace: hace el puzzle hasta sin ayuda. Encajando las piezas como puede, pero lo hace. Porque no hay más remedio. Porque hay que sobrevivir.

Queremos un futuro, queremos una pirámide de población joven, pero no aportamos ni una sola solución a las familias. Bueno sí. La solución es que la mujer se incorpore a trabajar fuera de casa en cuanto pueda después de dar a luz, y a su alrededor su entorno le dé la enhorabuena por ser mamá, al tiempo que se queja porque falta mucho al trabajo porque su hijx se pone malx, le quitan responsabilidades porque con horario reducido no puede llevar ese proyecto, o le cambian de sede porque lleva un año de excedencia y a alguien hay que reubicar.

En realidad las piezas del puzzle no encajan porque la sociedad espera que seas madre como si no trabajaras, y, a la vez, que trabajes como si no tuvieras hijos. Y ese, queridos y queridas, es el problema fundamental. Ningún trabajo tiene en cuenta las noches en vela cuando se ponen malitos, las tardes jugando sin poder atender el teléfono, el cansancio infinito por la falta de sueño, el sufrimiento cuando enferman y no puedes quedarte con ellos, la bipolaridad que supone tener todos los asuntos de cada uno de tus hijos en mente cada día... o sea: la maternidad. Por mucho que creemos Institutos de la Mujer, hasta que no creemos una sociedad que realmente nos deje escoger y diseñar nuestra vida a las madres y a las familias, el puzzle seguirá siendo imposible.


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